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VALORES Y TECNOLOGÍA EN PASARELA
CARENCIA DE LÍMITES

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Por Javier Carlo

Javier Carlo

 

 

No habría que esperar a que una mexicana se corone como reina mundial de belleza para considerar la importancia de inculcar valores en el uso de las nuevas tecnologías, en particular Internet; sin embargo, éste ha sido un tópico que ha ocupado los titulares de muchos medios a una semana de la coronación y que paradójicamente –también– se ha diluido sin asir algún tipo de consenso. Por una parte, considero ‘atrayente’ el hecho de que la jalisciense Jimena Navarrete haya abordado el tema sobre la pasarela; por otra, importante el hecho de sacarlo a la luz y reconocer la ausencia de límites que existe –en efecto– entre las nociones de tecnología y ética, al tiempo que es lamentable la falta de continuidad que se le ha dado al asunto, ahora que los reflectores apuntaron hacia él.

En términos generales, existe una seria confusión en cuanto a calificar a la tecnología como buena o mala. A partir de las 4 orientaciones clásicas del pensamiento humano: arte, ciencia, tecnología y moral, sería conveniente precisar que la tecnología –a grandes rasgos– se ocupa de las aplicaciones prácticas del legado científico, esto es, un uso a favor de nuestra actividad, y no de las estimaciones éticas de sus resultados; así, la tecnología no es la culpable de aquellas formas como decidamos emplearla, sino que el conflicto recae en la incongruencia que se halla entre la existencia de un código moral y la manera en que nos ajustamos a éste para desenvolvernos en la cotidianeidad: hoy como nunca ceñidos a toda una gama tecnológica, no obstante carentes de límites y asunción de responsabilidades.

El desarrollo tecnológico no es subsidiario en sí mismo de la manera como nos comportamos en los nuevos ambientes de comunicación; las aplicaciones se encuentran al alcance de nuestra mano, sobre todo de nuestra conciencia, pero no es la instrumentación la que nos hace cometer actos que puedan ser considerados como buenos o malos. Tal como lo plantea Carl Sagan, el hombre a 30 mil años de su evolución ha perfeccionado aquellos artefactos que le procuran una vida más cómoda, más no así un código moral ni un sistema de valores que le permitan reconocerse cada vez más humano e interactuar de forma conveniente con sus semejantes. El cerebro del hombre que realizó las primeras herramientas de piedra, los artefactos de metal, las carabelas, es en términos fisiológicos el mismo cerebro del hombre que se ha lanzado a la conquista del espacio exterior y ahora del ciberespacio. Entonces, es la propia condición humana la que atenta contra sí misma al no fomentar una reflexión profunda acerca del buen o mal uso que hacemos de la tecnología.

Cada día es más frecuente escuchar acerca de las bondades de Internet, no sólo a nivel institucional, empresarial o educativo, sino a nivel del desenvolvimiento de la persona y su formación de conciencia. Por ende, resulta común escuchar aquellas historias en que las personas se conocen, entablan amistad, desarrollan vínculos, incluso lazos afectivos entre sí, gracias a los mensajeros, las redes sociales y las páginas de contacto, por mencionar sólo algunos canales; pero también resulta cada vez más común escuchar acerca de las violaciones que la gente suele hacer a la privacidad electrónica de otras personas, por lo general, aquellas a las que suelen vincular su afecto, sino es que su estabilidad.

Así por ejemplo, el número de rupturas y divorcios, como de visitas al psicólogo (aunque suene risible), se ha incrementado en tanto que uno de los interesados intervino las cuentas en Internet de la otra persona, apelando –en todo caso– a la inseguridad, la desconfianza, los celos y la falta de compromiso, más que al respeto y a la comunicación como formas de convivencia. También, el grado de depresión y soledad que experimentan los niños y adolescentes de los centros urbanos ha ido en aumento, toda vez que la sustitución del mundo real por el digital tiende a coartar su capacidad de socialización.

En uno y otro caso, el descuido sino es que la carencia de límites ocurre como resultado de una formación de conciencia endeble y un sistema de valores prácticamente desechable. Situaciones de abandono, deslealtad, soborno, corrupción, chantaje y miles más vía Internet que –empero– se repiten con suma frecuencia en las esferas de las instituciones públicas, las empresas e incluso nuestras propias universidades, sin que escape algún ámbito de actividad.

En este sentido, cabría preguntar a nivel de las instituciones y los grupos sociales, qué hemos hecho o no para consolidar un sistema de valores que resalte las virtudes y las capacidades humanas por encima de las ventajas tecnológicas; lo que igual atañe a los medios de comunicación que al gobierno, a las empresas y las universidades, pero también a los grupos neurales como la familia, la escuela y los amigos, ¿o acaso hemos anulado por completo la función de tales instancias? ¿Cuáles son las historias de vida que finalmente determinan la relación de un individuo frente a una computadora, capaz de hacerlo cometer un ‘delito’, incluso contra sí mismo?

Así, la nueva Miss Universe sólo ha destapado la punta de un iceberg que –me da la impresión– no todos estamos dispuestos a enfrentar. Fuera de eso, Jimena concuerdo contigo en inculcar valores en el uso de las nuevas tecnologías, en particular Internet.

 


Javier Carlo
Maestro en Comunicación por parte de la Universidad Internacional de Andalucía (UIA), España, y es Licenciado en Ciencias de la Comunicación egresado del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), México. En la actualidad, cursa la Maestría en Administración de Tecnologías de Información, en la Universidad Virtual del Sistema ITESM. Profesor del departamento de Comunicación y Arte Digital del Tecnológico de Monterrey, Campus Estado de México, y profesor del postgrado en Gestión e Innovación Educativa de la Universidad Motolinía del Pedregal.

 


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